Mi padre

Hubo un tiempo en el que los niños leíamos en clase. Y recuerdo que, entre todos los libros que me han hecho llorar, estas Coplas de Manrique lo hicieron por primera vez. Desde entonces siempre las he tenido muy presente, no por el miedo a la muerte, sino por el miedo a pensar que la vida no se acaba.

Mi padre ha muerto, un viernes de febrero, por segunda vez. Él ya murió hace año y medio, cuando mi madre se marchó. Lo que quedaba de él, la parte que no entendía qué hacía aún aquí, la parte que no se esforzaba por seguir con nosotros, la parte que no concebía la vida sin su otra mitad, esa parte se terminó apagando. Todos lo sabíamos, todos, incluso él. Pero no por ello las lágrimas han manchado menos mis pies.

Todavía reciente, se me agolpan todos los pensamientos y los recuerdos que tengo sobre mi padre. Dicen que mientras tienes padres tienes un hogar al que volver, pero eso es algo que tarde o temprano a todos se nos desvanece.

Mi padre pertenecía a una Ceuta distinta. Nació y se crio en la calle Larga, donde todos sabían quiénes eran y conocían a sus padres, hermanos, tíos.... Mi padre creció, luchó, levantó una empresa que sigue más de cincuenta años después y que da de comer a muchas familias, disfrutó de su tierra y creó una familia en una Ceuta diferente, la Ceuta del Niza, del Campanero, del cine Apolo, de las levanteras en las construcciones de la Ribera, la Ceuta de las corralas y patios, la Ceuta de los quesos de bola y las importaciones desconocidas en la península, la Ceuta de la posguerra, del “Victoria” y del “Virgen de África”, la Ceuta militar, de la lonja pesquera, la Ceuta donde de verdad eran las “Puertas del Campo”, la Ceuta que sabía cuáles eran sus raíces y en la que se sabía qué hacer para sobrevivir y para prosperar.

Mi padre no tuvo enemigos. Eso ya es una señal de todo lo que hay que saber de una persona. Mi padre era alguien de palabra, que ponía su deber por encima de su propia comodidad, que pensaba siempre en los demás antes que en sí mismo. Mi padre, sacaba la cartera y no dejaba pagar nunca, ayudaba a cualquiera que le necesitara ayuda y jamás trató a nadie con desprecio. Mi padre era, ante todo, una buena persona.

Podría hablar mucho sobre valores, sobre respeto, sobre esfuerzo, sobre amor, sobre todo lo que mi padre ha sido y que es cada vez más difícil encontrar. Sin embargo, prefiero honrarle procurando que mis hijos sean también y ante todo buenas personas. Ese es el único legado que de verdad importa.

Descansa, papá, descansa, mamá.

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