1921: Cien años de la campaña de Melilla
El 22 de julio, hace hoy cien años, se entabló en las inmediaciones de Melilla, una batalla que dejaría a su paso terribles pérdidas de españoles, entre ellas, la del célebre general Silvestre. El contexto: el protectorado español de Marruecos, en el que cabilas rifeñas, desafectas al Sultán y a la ocupación española que había legitimado el Tratado de Fez, de noviembre de 1912, se levantaron en armas lideradas por Abd-el-Krim el Jattabi, jefe de la tribu de Benijurriaguel,
En su primer centenario, no pocos han sido los artículos en periódicos, en revistas especializadas, los documentales, los libros y los post que han rememorado unos hechos trágicos que situaron no sólo a Annual y, por ende, a Melilla, sino a numerosos soldados españoles, las llamadas Tropas Moras y a la Policía Indígena del protectorado, en el epicentro de la acción, del valor y de la muerte.
Arturo Barea, escritor español que vivió los sucesos, lo describiría en su famoso libro La ruta, parte de la trilogía La forja de un rebelde, en los siguientes términos:
Yo no puedo contar la historia de Melilla de julio de 1921. Estuve allí, pero no sé dónde; en alguna parte, en medio de tiros de fusil, cañonazos, rociadas de ametralladora, sudando, gritando, corriendo, durmiendo sobre piedra o sobre arena, pero sobre todo vomitando sin cesar, oliendo a cadáver, encontrando a un nuevo paso un nuevo muerto, más horrible que todos los vistos hasta el momento antes (Barea, 2001: 115).
Similares relatos encontramos en la novela “Imán” de Ramón J. Sender
Pocos hechos como el que describe Barea han sido rememorados en tantas ocasiones, hasta el punto de que, en la ciudad española más afectada, Melilla, se sigue velando a esos miles de soldados fallecidos. “Las ánimas benditas”, como se les llama, se encuentran en el Panteón de los Héroes de dicha plaza. Se trata de dos fosas comunes tapizadas de césped, construidas en 1949, que siguen cubiertas de flores, velas, crucifijos, estampas religiosas y papeles manuscritos en los que se pueden leer las palabras “favores y “agradecimientos”. Un reconocimiento justo, pero no exclusivamente por las bajas sufridas entre Annual y el Monte Arruit, sino porque en los enfrentamientos que tuvieron lugar entre julio y octubre de 1921, el Ejército español impediría, con gran éxito, que las cabilas insurrectas del norte tomasen la ciudad de Melilla. Un hito que, al contrario que para los melillenses, es menos conocido por la memoria colectiva española.
Con motivo del aniversario de aquellos hechos nos proponemos aquí rememorar esta historia, una historia que es, pese a las numerosas muertes, una historia de entrega, de valor, de heroicidad y de triunfo para Melilla, su ejército y, con ello, para toda España.
La denominada guerra del Rif (1921-1927) había comenzado desde la instauración del protectorado franco-español (1912) en el que había sido el Imperio de Marruecos, protectorado español que tenía como objetivo principal la ocupación, control y pacificación del territorio adjudicado a España. La zona asignada a España coincidía con la que presentaba mayor resistencia a la autoridad del sultán, cuyo delegado en la zona era el jalifa, y a las autoridades coloniales establecidas después del convenio del 27 de noviembre. A principios de los años 20, la sublevación de las tribus se había incrementado, promoviendo que el Ejército español se reorganizase y se preparase para cualquier acción hostil. En enero de 1921 se elige Annual como base de operaciones. No obstante, los rasgos físicos del territorio de la zona española contribuirían a complicar el control militar del protectorado, además de propiciar un determinado tipo de dinámica bélica en favor de los insurrectos y en detrimento del Ejército español.
La guerrilla nativa y el desconocimiento geográfico del escenario ante la falta de mapas topográficos imposibilitaban la aplicación de la doctrina militar de la guerra regular. La falta habitual de recursos hídricos y de provisión de víveres en el mismo campo de operaciones, las dificultades del terreno rocoso, árido y montañoso, los cursos de agua intermitentes, la climatología adversa (nevadas, barro, frío, calor) así como las numerosas enfermedades, entre ellas la sarna, en ese Marruecos adjudicado a España, presentaba una enorme complejidad para su dominio efectivo por parte de las tropas españolas. La guerra, efectivamente, no sería fácil, ni para los soldados españoles ni para aquellos marroquíes colaboradores que no compartían las bases de la rebelión.
Los primeros pasos de la contienda, teniendo en cuenta la complejidad mencionada, se caracterizaron por el intento de dominar y asegurar territorios. En este sentido, ambos bandos obtuvieron victorias ambivalentes: por un lado, Abarrán, que había sido ocupada por los españoles el 1 de junio sin oposición alguna, pasaría en unas horas a manos de los insurrectos. Por otro, los rifeños atacarían Sidi-Dris recibiendo una contra-ofensiva favorable para el Ejército hispano.
Sin embargo, la balanza se inclinaría hacia la resistencia rifeña un mes más tarde. Las fuerzas españolas, que para reforzar la posición de Annual desde el sur habían ocupado la región de Igueriben, sufrirán el conocido “Desastre de Annual”: casi toda la guarnición fallecería al romperse el cerco defensivo que se había establecido. Además, ante la presión de los rebeldes, el 22 de julio se inicia la evacuación de las tropas, en las que también acabaría sucumbiendo el comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre, quien había liderado las campañas desde su inicio.
Pero la guerra no había terminado ni terminaría aún; el general Felipe Navarro y Ceballos–Escalera asumía el nuevo mando con carácter provisional, dirigiendo las fuerzas en retirada que continuarían hacia Dar-Drius, Batel, Tistutín, pasando por el Río Igan. En medio del periplo y con sucesivos hostigamientos por parte el enemigo, sucederían otros fracasos importantes: en primer lugar, el Regimiento de Caballería Alcántara 14 se sacrificaría para salvar la situación y para que la columna pudiese llegar hasta Monte Arruit el 29 de julio; y, en segundo lugar, porque tampoco el resultado de dicho sacrificio sería favorable para el resto del Ejército español en África que, totalmente cercado en sus guarniciones de Nador, Zeluán y Monte Arruit, entregaría las armas asumiendo la rendición y sufriendo otra masacre sustancial. Más muertes, incumpliendo a traición las condiciones de la rendición y más de 300 soldados prisioneros (que serían liberados en 1923) se sumarían a un mayor temor: Melilla, situada entre las regiones tomadas por la insurrección, quedaba al alcance de la resistencia rifeña.
Previendo la continuación de los ataques, y en consecuencia la posible ocupación de la ciudad melillense por parte de los insurgentes, el mismo 22 de julio en el que se retiraban las tropas de Annual, se habían iniciado también las operaciones pertinentes para la defensa y cercamiento casi completo de la ciudad. El Alto Comisario del protectorado, General de División Dámaso Berenguer, a petición urgente de la solicitud de ayuda emitida por Melilla, ordena el envío de refuerzos de unidades de Regulares y de la recién creada Legión, con la 1.ª y 2.ª Banderas desde Ceuta, a lo que se añadirían, por un lado, refuerzos desde la Península y desde Ceuta y, por otro, la fortificación de las posiciones de las faldas del Gurugú a partir del 24 y del 25 julio, lo que evitó la caída de Melilla.
El 15 de agosto, y sin que cesaran los hostigamientos, el Gobierno de Madrid aprobaría el plan de recuperación del territorio perdido confeccionado por el mismo general, cuya ejecución conllevaría a uno de los combates de mayor importancia librados durante las guerras del Rif, el 17 de septiembre, para recuperar Nador, pero también otros territorios como Atlaten, el Gurugú, Zeluán y el Monte Arruit, durante el mes de octubre. Y así sería durante los meses siguientes, evitando, con todo, la entrada en Melilla de los rifeños. Por fin, después de cruzar el río Kert el 22 de diciembre, el 10 de enero, en esta ocasión bajo el mando del general Miguel Cabanellas Ferrer, el Ejército español entraría en Dar Drius, restableciendo así las posiciones de las que había partido el general Silvestre en 1920.
Desde ese momento, la contienda declinaría la balanza hacia el bando español. Sin duda, Melilla había sido salvaguardada y el honor de las armas españolas quedaba restablecido, suponiendo nuevas victorias en las operaciones de pacificación, que continuaron hasta 1927 por el resto del territorio. El famoso desembarco de Alhucemas, acontecido el 8 de septiembre de 1925, marcaría el principio del fin de los enfrentamientos que, con todo, durarían quince años de los cuarenta y cuatro que abarcó el régimen de protectorado.
Las campañas supusieron miles de vidas españolas y otras tantas marroquíes, pero también numerosas acciones distinguidas como la de Casabona, por las cuales, las fuerzas del Tercio de Extranjeros y los Regulares de Ceuta fueron felicitadas por su indomable valor.
Los grandes héroes, muchos de ellos humildes soldados, soportaron con valor y tenacidad la complejidad del terreno, de la lucha, del clima y de la propia guerra, tendrían su recompensa: se concederían 15 Cruces Laureadas de San Fernando a título individual, y la Cruz Laureada de San Fernando, como Laureada Colectiva, al Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería. Sin olvidar, el velatorio que aún se realiza a las “ánimas benditas” que descansan en Melilla y todas aquellas conmemoraciones que han tenido lugar posteriormente como el homenaje a los caídos de dicha campaña.
El colofón final del triunfo tuvo otras implicaciones significativas. Una vez pacificado el territorio, la administración española pudo comenzar su verdadera labor “protectora” en Marruecos, dando paso a la reorganización socio-administrativa y a notables mejoras en educación, sanidad, comunicaciones e infraestructuras de la zona, así como a un mayor auge económico y administrativos de las ciudades de Ceuta y Melilla. En tal cometido, se constituirían numerosas instituciones políticas, económicas, educativas, culturales y de desarrollo, tanto de carácter civil como militar, algunas de las cuales permanecen hasta hoy como prueba tangible de las relaciones históricas entre Marruecos y España y, a su vez, como prueba indiscutible del valor y heroicidad de la ciudad melillense—y ceutí— para España y para su Ejército.