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Me invade una profunda tristeza cuando escucho, por parte de una gran mayoría, desprestigiar a la política. No concibo la vida sin la política, quizás porque la vida no se podría llevar a su total efecto sin ella, sin el arte de legislar, regular, aportar, enmendar, proponer, o fiscalizar. Y es indiscutible que la política se organiza por partidos, y éstos están conformados por personas. Aunque no necesariamente debes formar parte de una organización, para intentar cambiar el mundo.

Porque, ¿a qué se debe, si no es para mejorar la vida de las personas, el formar parte del sentir de unas siglas?

Y son muchas las personas las que, con su entrega diaria, se movilizan en su entorno para restablecer el orden de ciertas cuestiones ancladas, que son necesarias reformular, con el único objetivo de ganar en libertad, en derechos y en democracia.

Entonces,  si de manera diaria hacemos política, casi sin darnos cuenta, ¿por qué este descrédito hacia los partidos?

Es muy sencillo. Por su práctica.  Por la utilización que hacen algunos de esos miembros de sus siglas, de esa ideología, de esa historia o de la propia meta.

Existen tres clases de personas que deciden involucrase en una organización, las que creen que afiliándose o participando en primera línea pueden conseguir algo para sí mismos,  y quienes se adentran para aportar al bien común. Luego están los más descarados, que son los que únicamente militan cuando ya le han ofrecido, sin pudor, un puesto. 

Pero hay más, la contradicción, la falta de coherencia, los vaivenes, el aprovechamiento del más débil o hacia quienes creen que por estar afiliado a un partido político se deben a él, hagan lo que hagan, como si de una secta se tratara.

Nada más lejos de la realidad y grave error, porque únicamente el silencio puede avivar el mercadeo, la corrupción política, ética y moral, y acabar con los sueños y la esperanza de toda esa ciudadanía que espera que el cambio llegue tras depositar el voto en una urna. Un voto que no es papel, un voto que es el pase al futuro, a la igualdad y al bienestar. 

Y en Ceuta ha pasado. Podría continuar con la decisión que tuve hace unos meses de mantenerme al margen, después de haber sido de las únicas que denunciara públicamente la afiliación masiva para controlar un partido histórico como el PSOE, pero son demasiadas acciones las que me impiden la venda. 

Por cierto, el tiempo me ha dado la razón, porque el partido está comprado. No únicamente está comprado por esta empresa que todo el mundo sabe cuál es, sino que está "liderado" por un sujeto al que solamente le mueve el poder por el poder. Un Secretario General que tiene la virtud de, en una franja de un año, hacer unas declaraciones afirmando, tras una decisión acordada en un Comité Federal, que el PSOE había perdido  la dignidad por la abstención, sin nada a cambio y con el único objetivo de no repetir elecciones, para luego plantar en Ceuta, de manera unilateral y sin pasar por los órganos pertinentes, un acuerdo con el Partido Popular con la excusa de aislar a Vox. Un acuerdo con contrapartidas, empezando por la vicepresidenta primera, de la cual no dudo su valía,  y acabando, por ahora, con el bochornoso espectáculo del nombramiento de la dirección de lo que debería ser transparente y objetivo, la Televisión Pública Local. No sin antes nutrirse de un buen número de asesores y controladores de barriadas, de esos que ni ellos saben para qué sirven. 

A cambio el Partido Popular, un partido en minoría, gana en estabilidad. 

El PSOE local ha perdido la oportunidad de ser el líder de la oposición, junto con los otros partidos de izquierdas, para sembrar aire fresco en la Asamblea. El PSOE de Manuel Hernández ha preferido servirse, que servir. El PSOE de Manuel Hernández ha entrado en un círculo que no sabe cómo salir, creyendo que dan por válidos sus argumentos y movimientos, completamente inaceptables y confusos. 

No todo vale. 

Del aumento de escaños o de la vida interna orgánica no voy a hablar, lo único que he visto justo y necesario es, aunque me vuelvan a criticar por ello, reclamar identidad propia. Es decir, lo único que quiero es que, y hablo por mí, no me identifiquen con esta praxis, porque como dije un día, el PSOE no es, es Manuel Hernández, que tiene que diferenciar entre la responsabilidad de una abstención cuando no hay alternativa y evitar así un bloqueo institucional, que él contribuyó con su infantil " no es no", para hacer una dura oposición, a ser el colchón de la derecha. ¿Qué más le han ofrecido? El tiempo dirá. 

Y acabó insistiendo en la certeza del error que va a suponer para un sector esta opinión, y lo acepto, pero la vida me ha enseñado que si a alguien le tengo que deber algo es a mí misma. Dentro del PSOE hay gente maravillosa de las que me siento orgullosa. Personas que están y han estado. Gente que ha dejado huellas y que tiene ni máxima admiración, no únicamente en esta ciudad, también lejos del estrecho. 

Por eso, cuando generalizan sobre el pacto PP y PSOE, quiero que sepan diferenciar que eso no es el PSOE, al menos para una militante de base como yo.

 

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