“¡Verdad: todo o nada!”
No es necesario ser un reputado enólogo para reconocer un vino avinagrado ni un reputado chef para distinguir un pescado pasado. Sin embargo, sí debes serlo para encontrar todos los matices y variaciones en el sabor, textura, color, brillo…, etc., tanto del uno como del otro.
Lo mismo ocurre con la verdad. No es necesario ser un especialista en conducta humana, en relaciones sociales, en psicología, en análisis filosófico, etc., para distinguir una verdad avinagrada o pasada.
Si bien es cierto que este concepto es complicado de definir y mucho más de aplicar. Para muestra los diferentes tipos de verdades, absolutas, relativas, dogmáticas, pragmáticas, críticas, perspectivas, escépticas, analíticas, sintéticas, etc.
Nietzsche exponía que “no hay hechos, hay sólo interpretaciones”, vemos como la utilización del significado de este pensamiento llevado al control de masas nos da la máxima de la propaganda nazi y Göbbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.
Siendo el poder quien impone la verdad según Foucault. Lo cual no contradice a Göbbels sino que complementa su idea de manipulación.
Parece pues, que sólo nos queda defendernos de la verdad. A los ciudadanos no curtidos en mil batallas filosóficas lo único que nos resta es tener claro que es la no verdad. No hablo de mentira abiertamente sino de la negación de la verdad, y de su prima hermana la post verdad.
El problema radica en qué si los fascistas y los suyos cuentan su verdad, crean o no en ella, esa verdad cala en sus seguidores. Se desarrolla y propaga. Poco a poco también va creciendo en ellos la racionalización dirigida a legitimar esa verdad o verdades. Ven la luz determinadas actuaciones en pos de convertir su verdad en dogma de fe y ya no sólo la justifica, sino que sirve de axioma regulador a partir del cual generar otras "verdades". De esta manera el ciclo nunca concluye, este camino de degeneración de la verdad, de control del pensamiento, nos lleva finalmente a sociedades Orwellianas como las de “1984” o “Rebelión en la granja”. En definitiva, a una distopía de lo que debiera ser un régimen democrático en el que disfrutar de la libertad social e individual indisolublemente unidas desde el reforzamiento mutuo.
Los juicios de valor en sociedades totalitarias se retroalimentan de estas verdades y la post verdad no es sino el abono para el afianzamiento y proyección de estas verdades. Ante esto la única solución viene cogida de la mano de la formación, la educación y la información. De ahí la importancia que el cuarto poder adquiere en cualquier sociedad. No debiendo nunca convertirse en propagación de ideología o en manipulación. Otros instrumentos fundamentales, complementarios y necesarios, de apoyo a la tríada antes expuesta son la templanza y la serenidad junto con la coherencia a la hora de transmutar el discurso político en acción.
La búsqueda de la verdad se convierte en la persecución del poder cuando se pretende degradar su significado, convirtiéndose en un Santo Grial perdido en la nebulosa de la amoralidad.
Hemos llegado al universo de la educación, ¡una vez más!
Ninguna actuación social es axiológicamente neutra, tampoco la educativa. Por eso hemos de garantizar la creación de espacios de libertad y participación real, en los que las diferencias, bien sean ideológicas, de orientación sexual, cultura, creencias, nivel socioeconómico, … estén imbricadas en el discurso y en la acción desde el respeto y la empatía. El mayor ejemplo de convivencia democrática desde la argumentación y el debate reflexivo debiera darse en la etapa educativa, para desde ella potenciar la cohesión social y el pensamiento crítico desde la igualdad. Dicho de otro modo, el adoctrinamiento categóricamente desterrado.
Las sociedades modernas se caracterizan porque nos han convencido de la verdad. Pero de una verdad relativista que es usada espuriamente por grupos de poder, consiguiendo la cuadratura del círculo de la inmoralidad, la post verdad.
Vivimos inmersos en la falacia de la información y no en la realidad de la manipulación. Nos han convencido del derecho a la felicidad bajo la reafirmación de sus verdades en nuestros propios modelos vitales. Y la gran maldad reside en que esas verdades solo tienen sentido si están enfrentadas a otras verdades con valores diferentes. Siendo muy probable que en la colaboración y no en la confrontación de ambas verdades resida la aproximación más cercana a la verdad. La falacia del individualismo y la autonomía ha enterrado a la humanidad bajo los escombros de sociedades imperfectas carentes de libertad de las que los viles mortales no recibimos sino una desvirtuada imagen. El reflejo de lo que debe ser y no es. El hombre no ha muerto, ha muerto la comunidad. Y con ella la empatía, la solidaridad y la sinceridad. Esta deidad tricéfala, pero sobretodo triánima del ser humano, en la que reside el futuro y sin la que no habría existido el presente, ha de ser resucitada.
¡Aquí, precisamente aquí, es donde reside la verdad! Al menos la verdad que debemos considerar. Aquella que nos enaltece y nos ayuda a perpetuarnos como especie.
Nuestras verdades están íntimamente relacionadas con nuestras percepciones y sentimientos. Si ambos estuvieran distorsionados, por la intervención intencionada del poder, nuestras verdades también lo estarían. Hechos falsos sustentarían nuestro constructo espiritual tejido con hilos de oropel, en lugar de áureos. Nuestra brillante red de oro, red de protección ante el mundo, resultaría igualmente falsa.
En definitiva, debemos protegernos de la reiteración de mensajes simples sin argumentos, de la confrontación violenta como elemento de discusión, de quienes se esfuerzan en señalar las diferencias como fuentes de enfrentamiento y no de acercamiento, y de quienes hacen bandera de la destrucción en lugar de la esperanza y la unidad.
Si bien podemos no ser capaces de identificar la verdad, sí lo seremos de identificar los elementos expuestos en el anterior párrafo, que nos llevan inexorablemente a otra verdad. La post verdad.
Educar sin libertad en la libertad es imposible, como también lo es justificar la verdad desde el principio de la post verdad. Nada puede justificar todo y el todo jamás puede ser justificado por la nada.
Albert Einstein
“¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” .
El gen egoísta, Richard Dawkins
“Las posibilidades de que cada uno de nosotros haya existido son infinitamente pequeñas, más allá de que todos algún día dejaremos de vivir, deberíamos considerarnos increíblemente afortunados de pasar nuestras décadas acompañados del Sol”.