Cuando España está incompleta
Les propongo un reto. No pretendo darles el día ni ponerles mal cuerpo, es un mero ejercicio pedagógico. Pregunten ustedes aleatoriamente a cualquier español cuántas autonomías componen España. La respuesta, en la mayoría de las ocasiones, no será 19 (diecisiete comunidades y dos ciudades), que es la respuesta correcta, sino que será 17, y puede que haya algún universitario u opositor que añada la coletilla “más las ciudades de Ceuta y Melilla”, haciendo hincapié en que son algo distinto a una autonomía. Eso ya será incluso un signo de cultura avanzada, no de cultura básica.
Para la inmensa mayoría de los españoles, hablar del Estado de las Autonomías es hablar de comunidades autónomas. Da igual que tengamos nuestro Estatuto de autonomía y da igual lo que diga la Constitución, lo cierto es que, si no eres comunidad, simplemente no existes.
No se trata de un problema de competencias ni de ubicación geográfica, no se trata siquiera de un problema de tamaño, sino que se trata de un problema de nomenclatura, de definición. No somos una comunidad autónoma. Para el imaginario popular español somos una reminiscencia preconstitucional, las antiguas “plazas de soberanía española”. No nos tratan como una autonomía más, sino que nos tratan como si España no acabara de estar completa y Ceuta y Melilla fuesen las notas discordantes, los versos sueltos.
Tengo la constante obsesión de fijarme en las noticias nacionales cuando hablan de la totalidad de España, ya sea en cuanto a la previsión meteorológica, a la evolución del coronavirus, a los 17 nuevos modelos educativos para el curso que viene en la nueva normalidad o a cientos y cientos de ejemplos que todos podemos ver a cada instante. Y lo mismo ocurre con servicios de empresas que no sirven a Ceuta y Melilla, a aseguradoras que no cubren en Ceuta, o a libros y publicaciones tanto nacionales como internacionales que cometen inexactitudes respecto a nuestra ubicación dentro de España. Simplemente no existimos más que como apéndice, como una anécdota que de vez en cuando recuerdan poner en el mapa. Así nos ven o, mejor dicho, así no nos ven.
El ejemplo más reciente, que no el último, de esta invisibilidad está en la visita que los reyes de España han querido hacer por todas las “regiones de España”. Sin ir más lejos, en la portada de El Periódico digital del lunes quince de junio se titulaba “Los reyes visitarán todas las autonomías para agradecer el trabajo contra el virus”. Sin embargo, en el desarrollo de la noticia hablaba, como si fuera la misma cosa, de una “serie de visitas a todas las comunidades autónomas”. Y, efectivamente, nos han dejado fuera. Me da igual si la razón real, como avanzó El Confidencial, es la de no querer molestar a Marruecos. Nuestra relación con Marruecos y sus constantes ataques y menosprecios sería motivo en sí mismo para un artículo y análisis extenso. De Marruecos, pues, hablaré en otra ocasión, pero en este artículo lo que quiero dejar de manifiesto es el trato desigual que se nos da respecto al resto de España.
Ante toda esta situación irregular, inexacta y, al menos para mí como ceutí, ofensiva y dolorosa, tenemos varias vías de actuación, pero ninguna la estamos llevando a cabo.
La primera vía es dar visibilidad al error, alzar la voz cada vez que haya una discriminación territorial pública y manifiesta. Se trata de una labor reivindicativa constante, de vigilancia, de protesta, de exigir la igualdad efectiva de todos los españoles de estar siempre ahí cuando alguien meta la pata para recriminar el error y exigir una rectificación o subsanación.
La Ciudad autónoma de Ceuta, dentro de sus competencias, debería articular un gabinete, un organismo o cualquier otra figura institucional con un objetivo muy claro: velar por la igualdad real y efectiva de Ceuta cuando se detectará un error o trato injusto o discriminatorio (que es constantemente, casi a diario). Si un libro de texto o una publicación habla de diecisiete autonomías o de territorio español en Marruecos, exigir una rectificación a la editorial y señalar el error al Ministerio de Educación y Cultura; si una empresa nacional no sirve a Ceuta, elevar una protesta oficial a la empresa, presionar públicamente (si es necesario incluso promover campañas en las redes sociales) y quejarse a la administración central o incluso a Competencia para que sea de verdad un servicio “nacional”; si una visita del jefe del Estado a todas las regiones de España excluye a Ceuta, visibilizar lo injusto de esa decisión a todos los niveles, enviar notas de prensa a nivel nacional, elevar una queja al Gobierno Central y exigir una rectificación a la Casa Real, no sólo en una pataleta con dos o tres declaraciones locales intrascendentes; si un personaje público o artista realiza manifestaciones contra la españolidad de Ceuta, emprender acciones legales contra él o declararle persona non grata. Esa labor de vigilancia, de reivindicación constante, hoy no se está haciendo por la Ciudad, y mucho menos lo hace la Delegación del Gobierno, que a lo más que se llega es a echar balones fuera y a poner excusas. El Gobierno de Ceuta tiene como OBLIGACIÓN INELUDIBLE la defensa de los intereses de nuestra ciudad.
La segunda vía consiste en activar el proceso previsto en la disposición transitoria quinta de la Constitución Española de 1978 para solicitar a las Cortes convertirnos en comunidad autónoma según lo dispuesto en el artículo 144 a). Cuando, en 1995, se elaboró nuestro Estatuto de Autonomía, se hizo según el apartado b) de dicho artículo, no con la pretensión de ser una comunidad más, sino con la intención de formalizar nuestro encaje formal dentro de la organización territorial del Estado. Hemos tenido 25 años para comprobar que dicho encaje en la práctica ha sido residual y, desde luego, en una posición de desigualdad al resto de ciudadanos españoles.
Resulta evidente que nuestra conversión en comunidad autónoma supondría el establecimiento de unas competencias adaptadas a nuestro tamaño y capacidad y de un régimen fiscal particular que, por la experiencia de otras comunidades como País Vasco, Navarra o Canarias, ya hemos comprobado que es posible tener. Pero es hora de que sacudamos nuestros complejos y avancemos hacia la igualdad con el resto de España en todos los aspectos, tanto en el aspecto formal, como en el aspecto aduanero y comercial.
No tenemos muchas más vías para luchar contra el lastre que supone nuestra situación dentro de España y para conseguir que el resto del país nos perciba como lo que somos, ciudadanos iguales a los de cualquier otra región. Sin embargo, la única vía que no nos podemos permitir es la que nos ha llevado hasta aquí: la vía de la inacción.
Permitan que acabe mi artículo diciendo que si los habitantes de Ceuta no somos capaces de reivindicar nuestros derechos y no defendemos y promovemos la igualdad con el resto de españoles, nadie lo va a hacer por nosotros.