La historia de una emigración

Montaje
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Las historias de la emigración contada dejan sin palabras, que podrían parecer propias de un tiempo lejano y olvidado. Un hombre deja a su esposa y a su hijo en una ciudad miserable para intentar prosperar en un país desconocido al otro lado de Europa. Al final se encuentra en una ciudad enloquecida, de costumbres extrañas, animales peculiares, curiosos objetos flotantes e idiomas indescifrables. Con tan sólo una maleta y un puñado de monedas, el inmigrante debe encontrar un lugar donde vivir, comida y algún empleo con el que ganar algo de dinero.

Las historias que quedaron olvidadas

El inmigrante lleva en la piel una serie de heridas. Siempre. Con el tiempo te acostumbras a vivir con ellas. Algunas heridas cicatrizan bien. O las escondes debajo de la ropa. Otras en cambio, siguen ahí, abiertas. De manera permanente. Esto es algo que nos une a todos los que venimos de otra parte, aunque es verdad que el proceso de adaptación, aculturación y cambio puede ser mucho más fácil o llevadero para aquellos que vienen en mejores en condiciones que otros.  No es lo mismo venir a limpiar casas, a trabajar en un restaurante o a cuidar niños que llegar a estudiar una maestría, un doctorado, en una universidad prestigiosa. A mí, sin embargo, me atraen siempre las historias que quedaron olvidadas, aquellas que no encajan dentro del llamado “sueño alemán”. Porque son historias que no pretenden nada, ni siquiera ser contadas.

Vivir de otra manera

Para todo inmigrante siempre hay un antes y un después a partir del día en que abandonas tu país. Es algo que te marca para siempre. Todo inmigrante se acuerda de la fecha, la hora exacta en que salió, las circunstancias precisas. Y las revive una y otra vez, aunque haya pasado mucho tiempo. Yo salí en una época de la explosión de burbuja inmobiliaria. Era el año 2013, y en una edad muy difícil con 40 años En aquel entonces, muchos éramos los españoles que nos queríamos ir. Y muchos nos fuimos. A Alemania a aprender nuevas costumbres, otros idiomas, a vivir de otra manera, siempre buscando mejores oportunidades laborales. Como inmigrante siempre estás en un lugar intermedio. No perteneces ni aquí ni allá. Este año voy a cumplir 8 años de vivir en Alemania Y todavía me siento, en demasiadas ocasiones, como un extranjero, aunque hable alemán, aunque mi vida esté aquí. Es algo con lo que he aprendido a vivir orgullosamente. Siempre en el medio. Entre el alemán y el español. Entre ser y no ser. Con la familia y los amigos aquí y allá.

¿Quién tiene que hacer el esfuerzo para favorecer la integración?

Odio la palabra integración, es como si tuviera que rechazar algo que soy. Prefiero la palabra incorporación. Este es un proceso muy lento, no es de un día, ni un mes, ni un año. El esfuerzo, lo tenemos que realizar en las dos direcciones: la sociedad de acogida y las personas que llegamos. Ser parte de la sociedad, para unos es un proceso muy rápido, otros tardan toda la vida. He visto casos de personas que, aunque viven desde hace años en Alemania, siguen siendo inmigrantes. Es un esfuerzo personal tuyo y de los demás. Para mí fue fácil, desde el primer momento me sentí a gusto en las calles, con la comida, encontré amigos..., participo. Puede ser por lo que he vivido, por los que me han ayudado o tal vez porque me gusta mucho este país. Pero de verdad que hay gente que no se entera de que está viviendo aquí; ni siquiera teniendo el Ausweis, son alemanes, su cabeza está en el país de origen y aunque hayan pasado años siguen comportándose y pensando como si estuvieran allí.

Por eso creo que el esfuerzo tiene que venir de las dos partes. Lo triste es cuando te esfuerzas por participar en la sociedad y la ley no te da la oportunidad de ser uno más. Yo no tengo papeles, no puedo esconder la cara entre las manos.

La cultura de una comunidad

Nuestros ancestros, pudieron sobreponerse al desarraigo, a los miedos y a la incertidumbre empezando de cero, llamando casa a una nueva tierra, echando raíces fuertes y profundas para que sus futuras generaciones no tuvieran que migrar para cumplir sus sueños. Pero las migraciones son la historia de la humanidad, son el motivo de nuestra existencia y seguirán ocurriendo en un único mundo lleno de fronteras. Y las raíces de cada lugar se nutrirán de otras dialogando y formando esa diversidad que termina siendo la Cultura que identifica a cada comunidad. Hoy, nos toca vivir épocas difíciles, estamos colmados de dudas y cuesta mucho encontrar un mensaje de esperanza en estos días tan dinámicos, producto de una pandemia que ha golpeado a nuestro mundo lleno de fronteras. En las manos duras de un trabajador, en la pluma y en las ideas de un escritor, en los inventos y descubrimientos de un científico, en la canción de un músico. Allí está nuestra cultura, la historia de nuestro país, plagada de anécdotas de inmigrantes que eligieron esta tierra para llamarla hogar. Brindemos homenaje a aquellos pioneros y visionarios. Celebremos la diversidad de nuestra riqueza cultural. Desarraigo, miedos, incertidumbre y anhelos…, tal vez los ojos llorosos y un puñado de sueños. Pasear por la ciudad que me ha cobijado en los albores del año 2013 traía añoranzas del terruño abandonado con premuras y rencores, Quería a este lugar como propio, como tantos otros que pudieron rehacer su vida en paz, aun pensando distinto.

Me gusta los rudos bailes vascos, el flamenco, las fallas o la procesión de los andaluces en Semana Santa, ámbito formidable de fandangos y zarzuelas, que atenuaban la angustia del desarraigo.

A través de una colección de anécdotas y vivencias, se profundiza en un aspecto característico de la experiencia migrante: también de dolor se canta

Tengo que hacer un rosario… (Juanito Valderrama-El emigrante)

Más allá de mis asuntos personales, no obstante, creo que el «problema» de la pertenencia puede que sea más una pregunta existencial básica con la que todo el mundo debe enfrentarse de vez en cuando, quien sabe si de forma regular. Aflora especialmente cuando las cosas «van mal» en nuestra vida cotidiana, cuando algo desafía nuestra cómoda realidad o nuestras expectativas, típicamente coincide con el momento en el que empieza una buena historia, es un buen combustible para la ficción. A menudo nos encontramos en realidades nuevas, una escuela nueva, un trabajo nuevo, una relación nueva o un país nuevo, y alguna de esas cosas sugiere algún tipo de reinvención del sentido de «pertenencia». Todo esto lo tuve muy presente durante el largo período de tiempo que estuve trabajando en emigrantes. Dada mi preocupación por los que se sienten «extraños en tierra extraña», ése era un tema que obviamente debía abordar, una historia sobre alguien que se marcha de casa para encontrar una nueva vida en un país desconocido, en el que incluso los detalles más básicos de la vida cotidiana resultan extraños, chocantes o confusos, por no mencionar el gran obstáculo que supone el idioma. Es un escenario sobre el que estuve pensando muchos años antes de que me decidiera a cristalizarlo en algún tipo de forma narrativa.
 

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