“La fiesta de la cultura”
“La Fiesta del Chivo” representada anoche en el Teatro Auditorio Revellín de Ceuta respondió a las expectativas. Al menos a las culturales. A las llamadas de móvil que sonaron durante la representación creo que no. Una anécdota que solo demuestra lo enrevesada que puede resultar la tecnología cuando cumplimos años y, tal vez, la falta de costumbre de parte de la ciudadanía ceutí con estos actos culturales. Pues de casa se sale arregladito, aseadito y con el móvil en modo silencio al acudir al teatro, opera, etc.
La obra se centra en la figura de Urania hija del senador Agustín Cabral, Gabriel Garbisu presta su imagen, a la vez que va desnudando a los distintos personajes que aparecen en la trama. ¡Cuál más abyecto!
Hace un breve repaso de un largo tiempo, la dictadura del general Trujillo. El “Chivo”. La personificación del macho caribeño. Del ser más abominable. De la maldad.
Urania su voz, sus silencios y su llanto son los protagonistas de la obra. Un personaje casi coral que representa la inocencia violentada junto al instinto de supervivencia.
A simple vista parece que la única protagonista sea Urania y que el destino, jugando a los dados, hace el resto en una partida trucada durante más de treinta años.
Urania regresa de EEUU para rencontrarse con su pasado y con un padre postrado en una silla de ruedas y prisionero de su propio cuerpo.
Juan Echanove, el “Chivo” hace un papel magistral consiguiendo que le despreciemos casi desde el instante inicial, ¡cuánto más al final! La dirección de Carlos Saura es absolutamente maravillosa acorde a la adaptación realizada por Natalio Grueso.
Urania comienza y termina la función. Empatizamos con ella incluso antes de comenzar a declamar. Hay algo que nos dice, aunque no hayamos leído la obra de Vargas Llosa, que es víctima y heroína. Tragedia e intento de redención. Triunfo de la verdad sobre la ignominia, aunque el precio a pagar sea ella misma.
Leí en una entrevista hace unos años en el ABC que “Lucía Quintana es una garantía de trabajo bien hecho en cualquier reparto”. No puedo estar más de acuerdo. “Te quiero hasta el infinito”, y más tras salir ayer del teatro, se repite en mi cabeza con la imagen rojinegra de Lucía Quintana. De Urania. Del instinto de supervivencia aun cuando solo se piensa en la muerte.
Padre e hija, “Cerebrito” e Urania, están encarcelados en el pasado y dentro de sí mismos y ni tan siquiera sus espíritus son libres.
Johnny Abbes, Eugenio Villota, se deleita torturando y rasgando vientres cuyos dueños, abiertos en canal, son echados a los tiburones. ¡Con qué marcialidad dictatorial encarna este ruin personaje Villota! Abbes fue el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana y aún es recordado por su crueldad.
Manuel Alfonso, interpretado por Eduardo Velasco, se torna repulsivo desde el inicio. El embajador en Washington de Trujillo se muestra como lo que fue, el reconocido gestor sexual de gran número de las tropelías y violaciones cometidas contra las mujeres en ese tiempo y lugar.
Finalmente, un David Pinilla perfectamente mimetizado con Joaquín Balaguer, pulcro, anodino, beato, meapilas y servil hasta la extenuación materializa a través de sus discursos el endiosamiento de Trujillo. Aunque en la vida real no dudara en dejar de lado los ideales y formas trujillistas con tal de garantizarse el mantenerse en el poder. Continuaría siendo el presidente de la República.
En definitiva, ayer en Ceuta pudimos disfrutar de un espectáculo en el que gracias al excelente trabajo de actores y director resulta imposible regresar a casa sin preguntarse, ¿por qué sigue habiendo gente en España defensora de una dictadura?