Coronavirus: ¿Quizás la última oportunidad de ser mejores?
Vivimos en un mundo en ebullición, donde a nuestro alrededor están ocurriendo acontecimientos descontrolados a un ritmo vertiginoso, a los que no siempre les prestamos la debida atención e importancia. Fenómenos sociales, medioambientales y tecnológicos que nos abocan a una incertidumbre global y hacia los puntos de no retorno.
El ser humano, pese a tener como especie la capacidad de proyectarnos en el futuro y razonar tiempos que están por venir, como individuos somos extremadamente cortoplacistas, y como sociedad, mastodónticos y perezosos.
Cuando de actuar se trata, nos cuesta pasar del mundo de las ideas al de los hechos, y esa capacidad de adelantarse a los acontecimientos se vuelve reacciones apresuradas e improvisadas, en demasiadas ocasiones. El ser humano ha conseguido más éxitos en su desarrollo por accidentes y errores que por el fruto de la planificación y la metodología.
Hecha esta reflexión, añado que ha tenido que sumirse la humanidad en una guerra total contra un virus para que vengan las medidas que no éramos capaces de acometer, pese a llevar muchos años pensando en ellas.
La presencia del COVID-19 y la reacción ante él, ha provocado, por ejemplo, una disminución significativa de la emisión de gases contaminantes a la atmósfera. El descenso de la actividad industrial y comercial en China, se calcula que ha producido una caída de al menos un 25% en sus emisiones de dióxido de carbono, lo que equivale a una reducción del 6% a nivel global. Se calcula que durante las últimas tres semanas de febrero China emitió 150 millones de toneladas métricas de CO2 menos que durante el mismo período el año pasado. En términos comparados, es como haber eliminado todas las emisiones de este gas, de una ciudad como Nueva York, durante un año.
Y no sólo las emisiones de la industria han descendido, también la de los medios de trasporte, destacando por encima del resto, el beneficio que está suponiendo, a nivel medioambiental, la reducción del número de vuelos diarios.
La necesidad de contener la propagación, ha hecho que empresas y administraciones se vean obligadas a entrar en la senda de la flexibilidad horaria y del teletrabajo. Reivindicaciones y retórica de campañas electorales de “toda la vida”, que no ha sido sino por el contexto actual, que se han puesto en marcha demostrando que son factibles.
Ante el miedo a las infecciones hemos asumido el cuidado directo de nuestros mayores, hemos dejado de cargar a los abuelos con la “mochila” de los nietos y estamos comprendiendo que la responsabilidad de la solución recae individualmente en cada uno de nosotros, ya no delegamos en “papá Estado” o en la medicina, exclusivamente, nuestra “salvación”. Todo ello nos está haciendo tomar conciencia de nuestro papel como individuos y nos prepara para mejorar como sociedad.
El coronavirus ha paralizado esta sociedad de consumo, ha ralentizados los ritmos y nos obliga a pasar más tiempo juntos y en casa, a valorar el contacto humano, los besos y caricias; nos va a demostrar que sin fútbol se puede vivir, y que es mucho más inteligente pagar sueldos millonarios a científicos que a deportistas.
Esta crisis sanitaria está demostrando que lo público es el verdadero sostén, que jamás deben producirse retraimiento o directamente recortes en los fondos destinados a la sanidad pública, mayores recursos y más personal debe ser una constante presupuestaria. Los países que pese a ser democracias avanzadas, no tienen un sistema público de salud, se están mirando en un espejo ante el que difícilmente podrán sostener la mirada, hablo por ejemplo, de Estados Unidos, donde han dejado, de momento, de facturar a los pacientes la prueba de COVID-19 para saber si se está infectado, pero los gastos médicos derivados de dicha prueba, sí tendrán un coste para el usuario. Es el momento de que cambien y se enfrenten a las poderosas empresas de seguros privados, es el momento de que en España y el resto del mundo, dejen de prestarse oídos a los cantos engañosos de la medicina privada y velemos por la salud de nuestro sistema público de salud.
Así que esta crisis global nos está mostrando el mundo que podemos llegar a tener, nos está obligando a experimentar con los cambios imprescindibles que venían demorándose, nos hará sufrir sobremanera con sus efectos sobre la economía y por ende en el empleo, pero abre la puerta, nos ofrece quizás la última oportunidad de cambiar y ser mejores. Necesitamos un mundo más conectado tecnológicamente, pero con menos movilidad tanto de personas como de productos, con una realidad laboral más flexible y adaptada, donde la responsabilidad la asuman los individuos y no los Gobiernos, donde se proteja lo público y los recursos se destinen a lo verdaderamente importante. Un mundo más justo que no sólo reaccione ante las amenazas globales que afectan al todo, sino que se conmueva de la misma forma, cuando las crisis afecten a una parte.
Los cambios están en marcha, “a la fuerza ahorcan” que dice el refranero, los estamos acometiendo por obligación, pero ahora nos toca adaptarnos a ellos y hacer que sean duraderos en el tiempo, que tras la crisis aprovechemos el doloroso aprendizaje, para que vivamos en un mundo menos contaminado, más eficiente, con mayor justicia social y más sensible.
Aprovecho estas líneas para hacer llegar mis condolencia y afecto a las familias de los miles de personas fallecidas por esta pandemia en todo el mundo, mis ánimos y deseo de pronta recuperación a las personas que en estos momentos están luchando contra la enfermedad y mi agradecimiento más sincero a quienes se han curado, por las esperanzas que nos dan. Igualmente me pongo del lado de quienes toman decisiones. Por el bien de todos, espero que acierten y que sean suficientemente exageradas por previsoras, y no insuficientes por tardías.
¡Ánimo!