“Me llamo Chihiro”: un testimonio de amor y de dolor

La desesperación, es un instrumento a veces insano, que la vida utiliza, para colocar ante nosotros, muchas formas para recomponer el camino andado y encontrar en dicho sendero, aquello que es necesario rescatar para volver y construir un mejor mañana en nuestras vidas. Aunque en ocasiones, la suma de todo esto nos lleve a más retos y no nos dé en primera instancia las respuestas que esperamos, está en nosotros, batallar diariamente con todo aquello, que nos pueda derrumbar lo que hemos ido reordenando en nuestra vida.

Quizá así mismo sea el dolor, solo que este es más cercano a una puñalada. Entra cuando uno menos lo espera, y se queda dentro de nuestro organismo, destruyendo lentamente lo que hay en su camino. Pero, mientras el puñal puede ser sacado y las heridas supuradas, el dolor parece ser algo más atemporal. Su efecto va y viene sin pedir permiso, su estancia, a veces, suele ser corta y desaparece, para luego, reaparecer y generar una forma de vacío lúgubre y horrorosa en nuestro ser.

Desde estas ambivalencias, creo yo, surge la película “Me llamo Chihiro” del cineasta de origen japonés Rikiya Imaizumi. En esta cinta el autor, recoge el testimonio de una mujer que, por muchos años, se dedicó a trabajar en la infame industria de la prostitución, y que después trata de reconstruir su vida, sin saber el duro camino que la espera bajo el áspero estigma de una sociedad, que la criticará con la dureza de mil almádanas y mil martillos.

El fenómeno de la prostitución es tan antiguo como la historia de la humanidad. Las mujeres, por lo general, suelen ser las víctimas elegidas por quienes se dedican a esta vil y repugnante empresa. Entonces, Rikiya Imaizumi utiliza este argumento, para recrear una historia trágica que nos llevará a reflexionar sobre lo importante que es conocer el pasado de una persona, sin que exista la necesidad de colocar el dedo en las heridas anteriores, por el contrario, nos invita a reinventarnos y tratar de ayudar a sanar ésos males terribles y atroces, que pueden embargar a un ser humano.

El apartado fotográfico es una genialidad, el autor se vale de las imágenes para transmitir algunas metáforas duras y otras que llegan a convertirse en esperanzadoras. Creando así, una retórica sin necesidad de palabras, y un uso exquisito de los planos fotográficos para retratar la indiferencia a la que por lo general sometemos a los demás, sin importar el daño que podemos causar. Rikiya Imaizumi también recurre al símil para recordarnos que también, debemos juzgar todas nuestras acciones con la misma dureza que utilizamos para las otras personas.

 

“Me llamo Chihiro” es un testimonio de amor y de dolor, contado desde las diferentes maneras en las que se puede manifestar la ternura. El autor, logra que en su guion se aborden temas incómodos pero muy urgentes de contar en nuestra frágil sociedad. Algo que me parece digno de aplaudir, ya que no se deja llevar por la belleza y el desarrollo del Japón que nos han enseñado, al contrario, cuenta la otra cara de su país y de como este tipo de mafias se mueven en las estructuras más inusuales de su nación.

“Me llamo Chihiro” también es una denuncia que el cineasta realiza con hondura, belleza y por sobretodo, meditando en la absorta realidad que nos habita, y que, por tanto, también habita a quienes han sido víctimas de la prostitución y otras formas horrorosas de explotación. Rikiya Imaizumi supo utilizar el cine para visibilizar la tristeza de las mujeres que, lastimosamente, aún se sienten flageladas y no se pueden aceptar, después de haber pasado por tantos años de lágrimas, tratos aberrantes y sufrimientos desproporcionados.


Me llamo Chihiro” es una película japonesa que llega a Netflix, está disponible en la plataforma desde el jueves 23 de febrero.


Omar Cruz es hondureño por nacimiento, estudiante de la carrera de Periodismo y

Antropología, autor del poemario: Hologramas de ayer, hoy y para siempre... (Atea Editorial, 2019) sus artículos y poesía han sido publicados en periódicos y revistas de México, Argentina, Colombia, Venezuela, Honduras, Guatemala, España, Costa Rica, Panamá, Perú, República Dominicana e Italia.   En septiembre del año 2022 fue finalista en el concurso de cuentos de ciencia ficción, suspense, misterio y terror convocado por la revista literaria mexicana Inéditos. Su poesía está en antologías de: Honduras, Guatemala, El Salvador, Colombia, Venezuela y México. Ha sido traducido parcialmente al francés, italiano, inglés y recientemente al catalán.